29 sept 2013
15 sept 2013
PAISAJE DESPUES DE LA CADENA, POR ENRIC JULIANA
La Vía Catalana ha sido
un éxito y así se está
percibiendo en Madrid, aunque
se haga de mala gana. Centenares de miles de personas a lo largo de 400
kilómetros bajo el lema de la independencia de Catalunya.. La cifra de un
millón seiscientas mil personas ofrecida por la Generalitat me parece
exagerada, pero la movilización no es menor a la del año pasado. Y esta vez era
más difícil. Eso es todo. Y eso es mucho.
¿Todos independentistas? La mayoría, sí; todos, no. Aunque algunos lo viven como un credo religioso –hace veinte años estaban en franca minoría y ahora se ven en el centro de un gran debate político de dimensión internacional–, el independentismo catalán es un estado de ánimo difuso, que admite muchos matices e intensidades. Es una convicción, pero también es una temperatura. Il secessionismo diffuso, del que desde hace unos años se habla en el norte de Italia, creo que es una equivalencia válida, que merece, sin embargo, una importante precisión: el independentismo catalán no se ha dejado tentar por la xenofobia como la Liga Norte, que carece de una sólida tradición política y cultural. Catalunya tiene unos rasgos nacionales definidos. La Padania es la fantasía fabricada hace veinte años por unos sectores sociales –pequeños empresarios, trabajadores autónomos, comerciantes, empleados- hartos de la presión fiscal y cansados de la ineficacia del Estado italiano (un Estado puesto en pie hace más de 152 años por la burguesía del Norte de Italia).
El soberanismo catalán es hoy un movimiento popular-mesocrático que aúna a buena parte las viejas clases medias catalanas con muchas personas que tienen su origen fuera de Catalunya –en la cadena humana también se hablaba ayer en castellano– y a muchísimos jóvenes. Se le puede dar muchas vueltas y se pueden escribir páginas y páginas sobre la cuestión, pero creo que la Diada del 2013 se puede resumir de la siguiente manera: el independentismo es hoy la expresión más directa y dinámica del cúmulo de malestares que se concentran en Catalunya como consecuencia de la crisis económica y de la desgraciada revisión del Estatut. Medio millón de personas habrán participado en la Via Catalana inscribiéndose previamente en el recorrido, desplazándose, estudiando itinerarios… y otras muchas decidieron sumarse a ella a última hora., con determinación y con voluntad de incidir en el curso de la política, cuando tantas cosas del mundo parecen estar fuera de control. Eso es todo. Y eso es mucho.
Aún a riesgo de exagerar, podríamos afirmar que el independentismo catalán es la cristalización más excéntrica de un nuevo regeneracionismo español quizá imposible. Son muchas las personas en España que hoy sueñan con un reset.
Mucha gente en Madrid se pregunta si el independentismo es realmente mayoritario en la sociedad catalana. El día que se celebre la consulta, si es que se llega a celebrar, saldremos de dudas. Si en Catalunya hay una minoría silenciosa muy opuesta a la secesión, nada mejor que ponerle una urna delante para que se exprese. En buena lógica, esa debería ser la estrategia del Gobierno español. Y no lo es. ¿Por qué no lo es?
En Catalunya las cosas nunca son o blanco o negro. Si, ya sé, esa mareante ambigüedad mercantil no gusta a muchos españoles (“al pan, pan, y al vino, vino”) y tampoco gusta a un sector catalán, creciente, hoy poco amigo de las ambigüedades. Tiene su lógica: no se puede estar presionando y dudando a la vez. Pero la realidad es tozuda y la sociedad catalana contiene muchos matices cuya expresión política puede variar según las oscilaciones de la temperatura y la presión atmosférica. Según cuál sea el trato recibido. Esta es la clave. La clave que la política española no entendió correctamente durante la tramitación del Estatut.
El independentismo no representa a toda Catalunya, por supuesto, como quedó demostrado en las elecciones del pasado mes de noviembre, pero es en estos momentos la principal minoría del país. La minoría más fuerte y dinámica. Tiene a otra minoría enfrente (mucho más minoritaria) que se define como su negación: la minoría antiindependentista. Y hay una tercera minoría, muy difícil de cuantificar porque fluctúa constantemente, que observa la actual situación desde una cierta incomodidad. Comparte algunas de las razones del independentismo, comparte muchas de las emociones, pero se resiste a pronunciarse a favor de la ruptura: por razones sentimentales, por vínculos familiares, por legítimos intereses profesionales y empresariales, por coherencia con la actitud mantenida hasta ahora, o por temor a un desgarro de la sociedad catalana de costes excesivos. Estos catalanistas que hoy no están fascinados por la ruptura serán determinantes en los próximos años. Que nadie se equivoque, ellos son los que inclinarán la balanza.
Madrid ha tomado nota. El Madrid de los despachos está tomando nota, no siempre con la misma caligrafía. Empieza a abrirse paso la idea de que la fase del silencio expectante –"a ver si se cansan"– ya no sirva para nada. Algunos creen que debe intentar abrirse un diálogo basado en propuestas no soberanistas. Dicho en pocas palabras: una Catalunya mejor tratada, pero sin consulta. Se esbozarán ofertas. El problema es que no hay mucho margen. La economía está averiada y los dos principales partidos políticos españoles viven el momento más bajo de su reciente historia. Mariano Rajoy teme la rebelión de sus bases territoriales y de Alfredo Pérez Rubalcaba no puede afirmarse que mande en Andalucía. El cuadro es muy complejo.
La Unión Europea también toma nota. El Directorio Europeo no hará nada que debilite la estabilidad de España, pero también sabe que Catalunya es una pieza importante para la recuperación económica. Mi pronóstico es que a medio plazo las instancias europeas tendrán que intervenir en el problema. Y puede que acaben aportando la solución.
En Madrid, también ha tomado nota la extrema derecha. El asalto fascista de ayer a la delegación de la Generalitat en Madrid debería preocupar a todos los demócratas españoles. Actuaron bien organizados y tenían ganas de exhibirse. Creyeron que era el momento adecuado para exhibirse. No es una buena imagen para España. No lo es. Son grupos marginales –hasta la fecha-, que respiran a diario un clima muy agresivo contra Catalunya, en las redes sociales y en algunos medios de comunicación convencionales.
El diario ABC se despacha hoy con un editorial muy inflamado en la que usa el término sedición para referirse al independentismo (lenguaje de Consejo de Guerra). Y el episcopado madrileño está poniendo en pie una cadena de televisión (13TV) que intenta ganar audiencia apelando a las emociones del sector más derechista de la audiencia. En el nuevo experimento episcopal, el catalanismo es pecado. No parece que sea ésta la línea del conciliador papa Francisco, pero el cardenal Antonio María Rouco Varela, el hombre al que le hubiera gustado ser el Richelieu de la política española, no se rinde. El relevo que se aproxima en la diócesis de Madrid será de gran importancia.
Conclusión: nada ha cambiado sustantivamente de ayer a hoy, pero los perfiles de la situación están más contrastados. Indicios de una cierta recuperación económica, debilidad de la política española –goteras en el Congreso-, fuerte movilización catalanista, con muchos matices en su interior, y una preocupante reaparición de la extrema derecha. Ese es el paisaje después de la cadena.
¿Todos independentistas? La mayoría, sí; todos, no. Aunque algunos lo viven como un credo religioso –hace veinte años estaban en franca minoría y ahora se ven en el centro de un gran debate político de dimensión internacional–, el independentismo catalán es un estado de ánimo difuso, que admite muchos matices e intensidades. Es una convicción, pero también es una temperatura. Il secessionismo diffuso, del que desde hace unos años se habla en el norte de Italia, creo que es una equivalencia válida, que merece, sin embargo, una importante precisión: el independentismo catalán no se ha dejado tentar por la xenofobia como la Liga Norte, que carece de una sólida tradición política y cultural. Catalunya tiene unos rasgos nacionales definidos. La Padania es la fantasía fabricada hace veinte años por unos sectores sociales –pequeños empresarios, trabajadores autónomos, comerciantes, empleados- hartos de la presión fiscal y cansados de la ineficacia del Estado italiano (un Estado puesto en pie hace más de 152 años por la burguesía del Norte de Italia).
El soberanismo catalán es hoy un movimiento popular-mesocrático que aúna a buena parte las viejas clases medias catalanas con muchas personas que tienen su origen fuera de Catalunya –en la cadena humana también se hablaba ayer en castellano– y a muchísimos jóvenes. Se le puede dar muchas vueltas y se pueden escribir páginas y páginas sobre la cuestión, pero creo que la Diada del 2013 se puede resumir de la siguiente manera: el independentismo es hoy la expresión más directa y dinámica del cúmulo de malestares que se concentran en Catalunya como consecuencia de la crisis económica y de la desgraciada revisión del Estatut. Medio millón de personas habrán participado en la Via Catalana inscribiéndose previamente en el recorrido, desplazándose, estudiando itinerarios… y otras muchas decidieron sumarse a ella a última hora., con determinación y con voluntad de incidir en el curso de la política, cuando tantas cosas del mundo parecen estar fuera de control. Eso es todo. Y eso es mucho.
Aún a riesgo de exagerar, podríamos afirmar que el independentismo catalán es la cristalización más excéntrica de un nuevo regeneracionismo español quizá imposible. Son muchas las personas en España que hoy sueñan con un reset.
Mucha gente en Madrid se pregunta si el independentismo es realmente mayoritario en la sociedad catalana. El día que se celebre la consulta, si es que se llega a celebrar, saldremos de dudas. Si en Catalunya hay una minoría silenciosa muy opuesta a la secesión, nada mejor que ponerle una urna delante para que se exprese. En buena lógica, esa debería ser la estrategia del Gobierno español. Y no lo es. ¿Por qué no lo es?
En Catalunya las cosas nunca son o blanco o negro. Si, ya sé, esa mareante ambigüedad mercantil no gusta a muchos españoles (“al pan, pan, y al vino, vino”) y tampoco gusta a un sector catalán, creciente, hoy poco amigo de las ambigüedades. Tiene su lógica: no se puede estar presionando y dudando a la vez. Pero la realidad es tozuda y la sociedad catalana contiene muchos matices cuya expresión política puede variar según las oscilaciones de la temperatura y la presión atmosférica. Según cuál sea el trato recibido. Esta es la clave. La clave que la política española no entendió correctamente durante la tramitación del Estatut.
El independentismo no representa a toda Catalunya, por supuesto, como quedó demostrado en las elecciones del pasado mes de noviembre, pero es en estos momentos la principal minoría del país. La minoría más fuerte y dinámica. Tiene a otra minoría enfrente (mucho más minoritaria) que se define como su negación: la minoría antiindependentista. Y hay una tercera minoría, muy difícil de cuantificar porque fluctúa constantemente, que observa la actual situación desde una cierta incomodidad. Comparte algunas de las razones del independentismo, comparte muchas de las emociones, pero se resiste a pronunciarse a favor de la ruptura: por razones sentimentales, por vínculos familiares, por legítimos intereses profesionales y empresariales, por coherencia con la actitud mantenida hasta ahora, o por temor a un desgarro de la sociedad catalana de costes excesivos. Estos catalanistas que hoy no están fascinados por la ruptura serán determinantes en los próximos años. Que nadie se equivoque, ellos son los que inclinarán la balanza.
Madrid ha tomado nota. El Madrid de los despachos está tomando nota, no siempre con la misma caligrafía. Empieza a abrirse paso la idea de que la fase del silencio expectante –"a ver si se cansan"– ya no sirva para nada. Algunos creen que debe intentar abrirse un diálogo basado en propuestas no soberanistas. Dicho en pocas palabras: una Catalunya mejor tratada, pero sin consulta. Se esbozarán ofertas. El problema es que no hay mucho margen. La economía está averiada y los dos principales partidos políticos españoles viven el momento más bajo de su reciente historia. Mariano Rajoy teme la rebelión de sus bases territoriales y de Alfredo Pérez Rubalcaba no puede afirmarse que mande en Andalucía. El cuadro es muy complejo.
La Unión Europea también toma nota. El Directorio Europeo no hará nada que debilite la estabilidad de España, pero también sabe que Catalunya es una pieza importante para la recuperación económica. Mi pronóstico es que a medio plazo las instancias europeas tendrán que intervenir en el problema. Y puede que acaben aportando la solución.
En Madrid, también ha tomado nota la extrema derecha. El asalto fascista de ayer a la delegación de la Generalitat en Madrid debería preocupar a todos los demócratas españoles. Actuaron bien organizados y tenían ganas de exhibirse. Creyeron que era el momento adecuado para exhibirse. No es una buena imagen para España. No lo es. Son grupos marginales –hasta la fecha-, que respiran a diario un clima muy agresivo contra Catalunya, en las redes sociales y en algunos medios de comunicación convencionales.
El diario ABC se despacha hoy con un editorial muy inflamado en la que usa el término sedición para referirse al independentismo (lenguaje de Consejo de Guerra). Y el episcopado madrileño está poniendo en pie una cadena de televisión (13TV) que intenta ganar audiencia apelando a las emociones del sector más derechista de la audiencia. En el nuevo experimento episcopal, el catalanismo es pecado. No parece que sea ésta la línea del conciliador papa Francisco, pero el cardenal Antonio María Rouco Varela, el hombre al que le hubiera gustado ser el Richelieu de la política española, no se rinde. El relevo que se aproxima en la diócesis de Madrid será de gran importancia.
Conclusión: nada ha cambiado sustantivamente de ayer a hoy, pero los perfiles de la situación están más contrastados. Indicios de una cierta recuperación económica, debilidad de la política española –goteras en el Congreso-, fuerte movilización catalanista, con muchos matices en su interior, y una preocupante reaparición de la extrema derecha. Ese es el paisaje después de la cadena.
PERICO CALDERERO.
9 sept 2013
5 sept 2013
CASA ALTA
Al pasear por la calle
Alta, ¿qué bornicho no se ha detenido en alguna ocasión ante el número 15 para
intentar imaginar qué abrumador interior se oculta tras tan enorme fachada?
Para un pueblo como el nuestro, que vive de puertas para afuera, constituye
éste un jugoso misterio que mantiene intacta la curiosidad del lugareño por su
propio entorno. Bornos se erige entonces
como un mapa del tesoro y todos sitúan éste al otro lado de la puerta de
la Casa Alta.
Siendo su madre natural
de Arcos de la Frontera, Víctor Carrasco eligió Bornos para crear en nuestro
pueblo su particular paraíso terrenal; fueron palabras suyas “cuando yo muera,
no quiero ir al cielo, quiero ir a mi casa”, refiriéndose a su vivienda del sur
de España. Junto con su esposa, Elizabeth Mcmillan, adquirieron en 1978 una
parte de la actual Casa Alta, adquiriendo años más tarde el resto. El edificio
ha experimentado una constante evolución hasta convertirse en un cuidadoso
homenaje al detalle, la historia, el arte, la naturaleza y la calma.
Puede conocerse la
historia de la casa, así como sus dependencias y la personalidad y pasión de su
propietario en el libro Casa Alta. An
Andalusian Paradise, un tomo de bellísima edición que recoge una fantástica
selección de imágenes del interior y el exterior de tan magnífica vivienda. Una
serie de reveladores y acertados artículos completan una obra que enriquece al
Bornos cultural.
José Bermúdez
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