Se queja el viejo Memegüela que
en los diferentes mentideros bornichos digitales, los cuales celebra todos,
nadie ha recordado aún a aquellas tres hermanas forasteras que durante un tiempo
vivieron en nuestro pueblo. Le extraña que el misterio que las envolvía y la
peculiaridad de su apariencia no hayan sido motivos para otro episodio textual
del pasado pancipelao.
Me cuenta Antoñito que estas
señoras marcharon tal y como llegaron. Nadie pudo asegurar jamás el donde: ni
la procedencia ni el destino. Alega que no eran antisociales, más bien lo
contrario; eran extrovertidas de un modo exagerado. Sobre todo con los vecinos
varones, a los que pretendían sin distinción ni prudencia. Solteros y casados, humildes y medio pelo, no hacían
excepción ni para confirmar la regla. Pero, pobres ellas, nunca se les vio del
brazo de un hombre… Al menos de un hombre bornicho.
Siempre vestían de negro
justificando una viudez que todos ponían en duda. No por la coincidencia de
sufrir tamaña desgracia tres hermanas de relativa juventud, sino por lo poco
agraciadas que eran. “Feas para girar la vista” en palabras de Antoñito. Ante
aquella completa inexistencia de hermosura las identificaron como la Postilla,
la Mosqueta y la Cebaúra.
Contagiadas del pazanteo,
gustaban del chismorreo ajeno pero no soltaban prenda del propio. Sobre su
procedencia e historia se generó un sinfín de versiones, pero todas fruto de la
invención y la más enfermiza curiosidad. La más extendida relataba que repasaban
pueblos en busca de consorte y que Bornos sería otra estación de paso. A mí me
cuesta creerlo; si en nuestro pueblo la burra de Matajaca se convirtió en icono
sexual y hembra requerida, ¿cómo es posible que no existiese una maceta para tales…?
En fin, no pongo en duda la palabra de Memegüela; cierto es que nunca tuve que
llamarle mentiroso.
Llegaron a pedir asilo carnal a
las viviendas de puertas siempre abiertas del Barrio de las Perchas. Estaban
dispuestas a servir allí incluso sin cobrar, pero temerosa de ver peligrar su
negocio, la doña no las admitió
No gustaban del alcohol ni eran
dadas al caliqueño y eso lo padecían quienes se cruzaban con ellas, pues los
olores del vino y el tabaco hubiesen paliado aquella peste alérgica que
desprendían. ¡Cómo celebraron los vecinos más próximos la marcha de las tres!
Ya no tendrían que quemar más romero en los corrales…
Caminando cogieron carretera
(manta no se les vio), pues nadie se atrevió a llevarlas y dineros no querían
gastar en transporte. “Agarradas como una pelea de pulpos también eran”,
compara Antoñito.
José Bermúdez
2 comentarios:
Querido Bermúdez, no dejes de investigar a tu conocido Memegüela, estas historias bornichas no tienen desperdicio, y habrá para escribir un libro que dará para un best seller.
Antoñito, la próxima vez que nos veamos me dirás si se trata de " las tres Marías ".
Eres un " LA", y te envío un abrazo
Juan Carera
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