Hace unos días acompañé a un paisano de avanzada edad, quien gusta llamarse aún emigrante llevando en Catalunya muchos más años de los que pasó en Bornos, al tramo de costa existente entre el Hospital del Mar y el final de la calle Marina de Barcelona. Manuel García, Lolo el Perpejía, quería comprobar con sus propios ojos que realmente habían colocado una placa que recordaba aquel barrio de barracas humilde y pobre hasta el olvido donde él se instaló recién llegado de su pueblo. El Perpejía deseaba ver cómo se le hacía justicia al Somorrostro.
Manuel me contaba en el tren que nos retrocedía a su juventud que él recaló en aquel rincón de Barcelona en el año 1951, el mismo en el que Carmen Amaya, la bailaora más grande, hija del Somorrostro, regresaba de visita a su barrio, al que no acudía desde el final de la Guerra Civil. De oídas sabía el Perpejía que los inicios de Carmen fueron sus caminatas descalza hasta el restaurante Las Siete Puertas para dejar con su baile asombrados a los adinerados que allí se congregaban.
Carmen Amaya visitando Somorrostro.
El Somorrostro estaba ubicado entre la Barceloneta y el Bogatell, delante del Hospital de los Infecciosos (hoy del Mar) y la Fábrica de Gas Lebón. Sitúan el inicio de su existencia en una fecha incierta del último cuarto del siglo XIX; su desaparición sí es conocida y está concretada: el 25 de junio de 1966. Franco iba a presidir unas maniobras militares en la playa de la ciudad y resultaba intolerable para las autoridades de la época que la miseria de aquel barrio, y de la que ellos eran responsables, ejerciera de telón de fondo.
El Perpejía fue vecino del Somorrostro hasta aquella fecha. Recuerda que unas tres mil personas fueron distribuidas en barracones provisionales en Badalona a la espera de la finalización de las obras de los bloques del nuevo barrio de Sant Roc. Me detalla que anteriores visitas de Franco a Barcelona sólo habían ocasionado que se tapiara el acceso al Somorrostro, dejando espacio para una puerta que custodiaba un Guardia Civil.
El Somorrostro siempre fue la estampa más vergonzosa del desarrollismo barcelonés. La ciudad le daba la espalda a este barrio de pequeñas barracas situado junto al mar al que no llegaba la electricidad ni el agua potable, y en el que colchones y mantas se tendían directamente sobre la arena de la playa. Temerosas experiencias vivían sus habitantes cuando el clima traía tormenta y el Mediterráneo les mordía sus inestables viviendas dispuesto a arrebatárselas.
Manuel aún se enoja cuando rememora aquellos tiempos en los que la opinión que en el exterior se tenía sobre el Somorrostro era la opuesta a su realidad. Defiende la dignidad de sus vecinos, su constante lucha honrada por la supervivencia. No entendía entonces como tampoco ahora que incluso en el Barrio Chino asustasen a los niños con llevarlos al Somorrostro si no se dormían. Ni que para encontrar trabajo tuviesen que engañar indicando que residían en otro barrio de la ciudad. “Éramos pobres, cocinábamos lo poco que había en las hogueras junto a las puertas, pero no era la conciencia intranquila lo que nos quitaba el sueño”.
Llegados a nuestro destino, el Perpejía se fotografía junto a la placa emocionado y, sorprendentemente, reconoce a un vecino de su antiguo barrio que ha venido con el mismo propósito y al que no veía desde aquel junio del 1966. En un bar cercano, charlando los tres, todas sus frases comienzan con un “¿Te acuerdas de…?”
José Bermúdez Pérez
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