Hace unos años, en una de
aquellas tristemente desaprovechadas reuniones, un gran carnavalero de Bornos
hizo una confesión que, a mi modo de entender, defendía la actitud perfecta
para representar la fiesta. Empleó la frase “yo del carnaval sólo sé que me
gusta”. Fue una sentencia que devolvió la humildad a la discusión que se había
generado. Yo la hice mía, perseguí
identificarme con aquella expresión, y desde entonces la he empleado en alguna
que otra ocasión. Pensar que se es experto en algún campo invalida la voluntad
de seguir aprendiendo del mismo y deriva en un peligroso anquilosamiento.
Nadie lo sabe todo del carnaval,
pero todos tenemos una idea de la fiesta y se nos ocurren proyectos para
intentar mejorarla o actualizarla. Darles cabida y valorarlos es una tarea
interesante y necesaria. Copiar modelos exitosos, y fácilmente aplicables, de
otras representaciones lúdicas no debe entenderse como una traición a la
tradición; más bien como un saneamiento de la misma.
Porque se lo oí decir a
carnavaleros más veteranos que conocieron épocas pasadas, me atrevo a admitir
que el carnaval de Bornos padece un gradual distanciamiento por parte de los
bornichos sin que nosotros seamos los causantes de tal desapego. Nos movemos
llevados por la marea social y ésta ahora no es la misma que hace un par de
décadas. El cambio generacional implica además una transición que se desarrolla
desorientada. En el Bornos de finales de los ochenta y durante buena parte de
los noventa nuestro carnaval, inevitablemente gaditanizado ya, gozó de una
fantástica salud porque el grueso de la población residía siempre en el pueblo
y ello facilitaba una mayor implicación. La juventud descubría una fiesta que
había casi desaparecido y que despertaba de nuevo. Existía mayor unidad porque
el cosmopolitismo y las mejoras económicas no habían llegado aún; la oferta y
posibilidades no eran las actuales y por eso se aprovechaban y disfrutaban al
máximo las celebraciones locales.
A buena parte de la juventud
bornicha actual, protagonista o heredera
de la bonanza adquisitiva de ladrillo malagueño por un lado, o deseosa
de emplear la ciudad y carrera universitarias para explorar otros horizontes
por otro, no le seduce el carnaval. Es
consecuencia de la limitada situación local, que obliga a desplazarse para
alcanzar cualquier objetivo. Por tanto, intentar mantener un modelo de carnaval
que los nuevos tiempos no admiten es un error.
Hay que adaptarlo, reinventarlo.
Creo que no tiene sentido
conservar la celebración durante tres fines de semana; no hay gente ni programa
para nutrir con una agenda atractiva tanto tiempo. Habría que reducirlo a dos;
apertura con el domingo de morcillá y clausura siete días después con la
cabalgata. Nuestro carnaval no tendría un desarrollo tan repetitivo.
También pienso que es posible,
aunque no inmediato, lograr una mejor y mayor implicación de los vecinos. Un
exitoso proyecto que he conocido aquí y que pienso se podría adaptar a nuestro
carnaval es el que llevaron a cabo en la Festa Major de Sant Celoni con la
rivalidad Senys y Negres. La población aprovechaba esos días festivos para irse
de vacaciones y el municipio, en su celebración mayor, lo padecía. Idearon,
para combatir tal éxodo y tomando prestada la iniciativa de Granollers, que los
ciudadanos se reuniesen en dos grupos que, en constante competición, adornasen
el pueblo y realizasen pruebas de todo tipo durante el transcurso de la Festa
Major. Otorgarles protagonismo y ofrecerles la posibilidad de construir y
disfrutar. Yo he admirado maravillado algunas calles de Sant Celoni engalanadas
con material reciclado durante esos días.
Si bien es cierto que este modelo
no puede trasladarse tal cual a nuestro carnaval, la idea de completar la
agenda de nuestra fiesta logrando el compromiso del mayor número posible de
vecinos, compensándoles con una garantizada diversión, es muy esperanzadora y
no deberíamos desaprovecharla.
Y por último, considero urgente
una mayor incitación carnavalera a los niños. Grandes maestros como Jorge
Garrido y Manuel Lozano han realizado una importantísima labor, pero no sólo
los colegios deben preocuparse de esta educación. El ayuntamiento debe
facilitar medios y espacios para fomentar esta afición.
Yo del carnaval sólo sé que me
gusta, y tanto es así, que hasta me preocupa.
José Bermúdez